La tinta se impregna en el papel y se vuelve imagen. El trabajo concluye su primera etapa y se prepara para el público. Revistas, serigrafías y gigantografías se suman al paisaje de un Valparaíso “reb(v)elado”, insumiso, caótico.
La ciudad grita. El estallido bajó exigiendo democracia y su eco se quedó en las murallas. La imagen se vuelve símbolo y se transforma en discurso. La masa se descubre y la resignifica. Bajo este ejercicio los días han escurrido y la experiencia se ha hecho carne. Los tabloides ingresan a la máquina y salen con forma de memoria, también de testimonio y finalmente de acción.
En este proceso todo se vuelve uno, como un punto de encuentro en medio de un tifón que revuelve las aguas y nos arrastra hacia el centro. El aquí y el ahora se transforma en pasado y futuro, mientras la realidad nos restringe las excusas para su evasión, pues nadie queda indiferente frente a todo lo que está ocurriendo.
De esta forma este encuentro comienza a preparar lentamente su fin con la esperanza de reanudar el ciclo a través de la fotografía, en la magia que nos brinda la imagen cada vez que es observada, en ese espacio donde vuelve nuevamente a ser acción, revolviendo desde adentro la chispa de estos días de revolución.