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26.10.19

Al ver las imágenes de Valparaíso en la tele daba la impresión de una ciudad sitiada, pero cuando el bus bajó hacia el plan y enfiló por Avenida Argentina, las calles se veían más tranquilas que de costumbre. Un panorama extraño, casi como jugando con la incertidumbre de quién es foráneo y no comprende la vida y sus formas de relacionarse entre los cerros.

Al bajar del bus, en pleno rodoviario, el escenario cambió de golpe: un olor intenso a lacrimógena se encarga de dar la bienvenida. Parecía estar impregnado en el suelo, en las paredes, en la gente. De frente estaba el Congreso, imponente, pero solitario, una imagen triste, cuando el centro de la democracia se concentra en las calles y los barrios, el coloso que alberga nuestro parlamento se ve inútil, incapaz de recibir al pueblo.

Por Pedro Montt las micros casi no pasaban, el comercio ambulante funcionaba a medias y el resto de los locales establecidos permanecía cerrado, de pronto se sintieron cacerolas, gritos y silbidos, miles de manifestantes copando ambas calzadas con lienzos y pancartas en contra de los abusos y el estado de emergencia, que hoy da un pie atrás levantando el toque de queda.

Las autoridades intentan normalizar la ciudad, pero nadie sabe bien qué va a suceder, la incertidumbre mira hacia las poblaciones en la altura y en la vereda las conversaciones indican que todo puede ocurrir.

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